Sólo había que esperar una larga cola y uno llegaba adonde estaba Juan bautizando… y Jesús se puso a la cola, como todos… ¡nada de privilegios!
Sólo era necesario meterse debajo del agua… dejar que el agua chorreara por todo el cuerpo, sintiendo su frescor, su limpieza, su fuerza de agua corriente… pringarse de esa agua donde todos se lavaban y, como los niños juguetear y saltar de alegría después… porque, como niños, quien se mojaba y se lanzaba al agua, estaba dispuesto a iniciar una vida nueva.
Sí. Era necesario para todos los hombres y mujeres que querían comenzar una vida nueva. Y fue necesario para Jesús, si realmente quería compartir el destino y la vida de todos esos hombres y mujeres.
Y, así, porque Jesús empezaría a invitar a vivir una vida de niños, de pequeños, de hijos ante los ojos de Dios… hizo el gesto de todos: meterse en el agua.
Fue un gesto sencillo, pero lo suficiente para dejar claro que:
– Jesús traía una misión, la de invitar a iniciar una vida nueva
– Jesús era el ojito derecho, el Hijo de Dios, su elegido
– Que también nosotros podíamos, empezando esa vida nueva, vivir como ojitos derechos de Dios, elegidos para ser sus hijos
¿Quieres leer cómo lo cuenta el evangelista Marcos?
Se presentó Juan bautizando en el desierto. En su proclamación decía: “Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatar la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo.”
Por aquellos días, Jesús salió de Nazaret, en la región de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán. En el momento en que salía del agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como una paloma. Y vino una voz del cielo, que decía: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.”
(Marcos 1, 7-11)
BUENAS NOCHES
(Abel)