Desde el monte las cosas se ven más claras.
El paisaje se percibe mejor y podemos situar las cosas en su sitio.
Así que cuando los tres amigos fueron invitados a subir al monte,
supongo que esperaban un paseito con cuesta arriba
y, como mucho, alguna que otra conversación con el Maestro.
Todo fue más sorprendente de lo que esperaban.
La experiencia fue un claro signo de lo que le esperaba a su Maestro a partir de ese momento: sufrir y morir.
Pero también fue un adelanto del final del viaje: LUZ… VIDA… RESURRECCIÓN.
Subir a aquel monte fue una oportunidad de ver el recorrido y la meta.
Pero… una cosa es ver… y otra que lo entendieran.
Te invito a leer el relato de la escena con tranquilidad:
PARA LEER:
Seis días después, Jesús se fue a un monte alto, llevando con él solamente a Pedro, Santiago y Juan. Allí, en presencia de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Sus ropas se volvieron brillantes y blancas, como nadie podría dejarlas por mucho que las lavara. Y vieron a Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro le dijo a Jesús:
–Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Es que los discípulos estaban asustados y Pedro no sabía qué decir. En esto vino una nube que los envolvió en su sombra. Y de la nube salió una voz:
–Este es mi Hijo amado. Escuchadle.
Al momento, al mirar a su alrededor, ya no vieron a nadie con ellos, sino sólo a Jesús.
Mientras bajaban del monte les encargó Jesús que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado. Así que guardaron el secreto entre ellos, aunque se preguntaban qué sería eso de resucitar.
(Evangelio de Marcos 9, 2-10)
BUENAS NOCHES
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