Desde hace unos años, suele ponerse a los jóvenes voluntarios (y más aún voluntarias, pues la proporción en las asociaciones de voluntariado de chicas y chicos es aproximadamente de dos a uno) como ejemplo de que los jóvenes no son tan egoístas o pasotas como se dice. Sin embargo, parece que en este mundo del voluntariado, la solidaridad y las ONGs hay mucho bosque que desbrozar… Hace unos años (2001) la socióloga Helena Béjar escribió un agudo libro titulado El mal samaritano. En dicho libro, muy documentado con datos sacados “a pie de calle”, la autora viene a decir que en las motivaciones de estos jóvenes solidarios no es oro todo lo que reluce. Junto a motivaciones indudablemente altruistas, hay otras que son más bien narcisistas: muchos van a auxiliar a otras personas por conocer gente en una asociación y paliar su soledad, por aligerar su sentido de culpa, por hacer algo emocionante y que está de moda, por curar los propios males y fracasos, por vivir experiencias nuevas, por sentirse bien, por presumir de que se hace algo que está “guay” o “mola”…
Uno de los jóvenes voluntarios entrevistados por Helena Béjar le dice: “Salgo de maravilla… Uno vuelve al hogar completamente renovado”. Los que se mueven sólo por motivaciones de este tipo están llamados a convertirse en malos samaritanos, es decir, que estarán en el campo del voluntariado sólo por un tiempo, mientras no encuentren algo más emocionante que hacer o, sobre todo, hasta que surjan las primeras dificultades. El buen samaritano de la parábola dio su tiempo y dinero al herido del camino, le acompañó con todas las consecuencias, hasta garantizar su curación y cuidado posterior. No se limitó a dar unas palmaditas en la espalda al tirado en el camino y olvidarse de él. En definitiva, hay acciones voluntarias que, por su intermitencia y falta de continuidad, reflejan el egoísmo, inmadurez y narcisismo del que las lleva a cabo.
Y, sin embargo, lo anterior no es toda la verdad, afortunadamente. También hay muchos jóvenes que son verdaderamente transformados por su labor como animadores o voluntarios, que quizá hayan partido de motivaciones parecidas a las descritas, pero que poco a poco van interiorizando y purificando sus intenciones solidarias, que resisten las dificultades y refuerzan sus compromisos hasta hacerlos parte de su persona. No me resisto a citar un testimonio emocionante que lo ratifica. A punto de cumplir los 90 años, el comprometido escritor argentino Ernesto Sábato escribió unas memorias autobiográficas tituladas Antes del fin, que concluyen con una Carta a los jóvenes, que incluye este párrafo: “Muchos cuestionan mi fe en los jóvenes, porque los consideran destructivos o apáticos. Es natural que en medio de la catástrofe haya quienes intenten evadirse, entregándose vertiginosamente al consumo de drogas. Un problema que los imbéciles pretenden que sea una cuestión policial, cuando es el resultado de la profunda crisis espiritual de nuestro tiempo. Yo reafirmo a diario mi confianza en ustedes. Son muchos los que en medio de la tempestad continúan luchando, ofreciendo su tiempo y hasta su propia vida por el otro. En las calles, en las cárceles, en las villas miseria, en los hospitales. Mostrándonos que, en estos tiempos de triunfalismos falsos, la verdadera resistencia es la que combate por valores que se consideran perdidos. Durante mi viaje a Albania, conocí a un muchacho llamado Walter, que había dejado su casa en la provincia de Tucumán, para ir a cuidar enfermos junto a la congregación de Teresa de Calcuta. Con cuánta emoción lo recuerdo. Siempre que veo las terribles noticias que nos llegan desde aquel entrañable país, me pregunto dónde estará, si acaso leerá estas palabras de reconocimiento a su noble heroísmo” (Ernesto Sábato, Antes del fin, Barcelona, Seix Barral, 1999, p. 184).
También Don Bosco supo descubrir entre sus jóvenes del Oratorio algunos buenos samaritanos como el Walter que cita Ernesto Sábato. De entre ellos salieron los primeros salesianos, hace ahora justamente 150 años. Y también Don Bosco quiso avisar a estos jóvenes para que no fueran malos samaritanos. Él lo hizo, por supuesto, narrando uno de sus sueños. En su conocido sueño de la pérgola de rosas anunció a los que quisieran ayudarle en su trabajo gratuito y solidario en favor de los jóvenes que no iba a ser todo un camino de rosas, que más bien encontrarían dificultades serias, que él simbolizaba en su sueño como rosas con espinas… Los que conocen la historia de los comienzos de la Congregación Salesiana cuentan que aquellos jóvenes aprendían a nadar precisamente nadando. Y Don Bosco sabía iluminar y ayudarles a releer lo que les iba pasando para purificar sus intenciones y reforzar sus motivaciones.
En resumen, ¿tiene futuro el voluntariado juvenil solidario? Sí, pero vivido no de cualquier manera, sino con motivaciones profundas y con un acompañamiento que ayude a crecer a partir de las dificultades.
-Jesús Rojano-
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