Igual no has oído hablar de Rafael Arnáiz, conocido como el «Hermano Rafael». Un joven lleno de porvenir, con cualidades increíbles -era artista y arquitecto- que se sintió fascinado por Jesús. Entró en el monasterio de Dueñas (Palencia) en donde vivió hasta los 27 años. Ayer, 11 de octubre, fue hecho santo por Benedicto XVI en Roma. La familia de jóvenes que formamos «Somalo joven» aún lloramos la muerte de nuestra amiga Ainhoa. Contra la desilusión o el miedo nos viene bien saber que ser cristiano no es otra cosa que encontrarnos con el único sentido que tiene la vida: Jesús, el Hijo de Dios. Os ofrecemos este vídeo con una pequeña semblanza de este joven que encontró la «perla preciosa» de la que habla el evangelio. Después tienes un escrito del propio Rafael. No te lo pierdas, porque tiene su gracia.
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«Las tres de la tarde de un día lluvioso del mes de diciembre. Es la hora del trabajo, y como hoy es sábado y hace mucho frío, no se sale al campo. Vamos a trabajar a un almacén donde se limpian las lentejas, se pelan patatas, se trituran las berzas, etc. (…) La tarde que hoy padezco es turbia, y turbio me parece todo. Algo me abruma el silencio, y parece que unos diablillos, están empeñados en hacerme rabiar, con una cosa que yo llamo recuerdos… En mis manos han puesto una navaja, y delante de mí un cesto con una especie de zanahorias blancas muy grandes y que resultan ser nabos. Yo nunca los había visto al natural, tan grandes… y tan fríos… ¡Qué le vamos a hacer!, no hay más remedio que pelarlos.
El tiempo pasa lento, y mi navaja también, entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados. Los diablillos me siguen dando guerra. ¡¡Que haya yo dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!! Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos, con esa seriedad de magistrado de luto.
Un demonio pequeñito y muy sutil, se me escurre muy adentro y de suaves maneras me recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para encerrarme aquí entre lentejas, patatas, berzas y nabos.
(…) Transcurría el tiempo, con mis pensamientos, los nabos y el frío, cuando de repente y veloz como el viento, una luz potente penetra en mi alma… Una luz divina, cosa de un momento… Alguien que me dice que ¡qué estoy haciendo! ¿Que qué estoy haciendo? ¡Virgen Santa! ¡Qué pregunta! Pelar nabos…, ¡pelar nabos!… ¿Para qué?… Y el corazón dando un brinco contesta medio alocado: «Pelo nabos por amor…, por amor a Jesucristo»».
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