Leo con calma y mucho cariño esta Palabra de Dios
Llegaron a Jericó. Y cuando ya salía Jesús de la ciudad seguido de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino. Al oír que era Jesús de Nazaret, el ciego comenzó a gritar:
– ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
Muchos le reprendían para que se callara, pero él gritaba más aún:
–¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús se detuvo y dijo:
–Llamadle.
Llamaron al ciego y le dijeron:
–Ánimo, levántate. Te está llamando.
El ciego arrojó su capa, y dando un salto se acercó a Jesús, que le preguntó:
– ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
–Maestro, quiero recobrar la vista.
Jesús le dijo:
–Puedes irte. Por tu fe has sido sanado.
En aquel mismo instante el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús.
MEDITO LA PALABRA
Meditar es llevar la Palabra al corazón
El relato de hoy es sencillo de entender pero tiene «miga». Todos entendemos qué es un ciego y las limitaciones propias de su minusvalía. También podemos entender sus ganas de curarse, ¡quién no las tendría! La miga del relato es la «energía o determinación» del tal Bartimeo, que ese era el nombre del ciego.
La determinación es esa especie de valor que vence la vergüenza o el qué dirá la gente, para hacer algo necesario y urgente. Ninguno de nosotros puede entender la «determinación» de Bartimeo si no nos ponemos en su pellejo. Este hombre vivía en carne propia el desprecio de la gente, comenzando por su familia. La ceguera le había hecho perder su trabajo (era un inútil), y le había dejado al margen de su red social de amigos y familiares, dado que tenía que ser un «pecador» al que Dios había castigado por algo.
Pasando del qué dirán, se hace paso entre el gentío e implora a Jesús, dándole un título mesiánico: «Hijo de David. Ten compasión de mí«. Nos lo podemos imaginar lloroso, desesperado y arrodillado ante aquél hombre de Dios que pasaba. Pero, ¿no le echaría en cara su supuesto pecado? ¿no le despreciaría como hacían los demás? Podemos imaginar que Jesús, un desconocido para El, era su única tabla de salvación, en medio de su vida desesperada. ¡Qué podía perder! ¿Un desprecio más? ¡Qué más daba uno más!
Y aquel lamento hace que Jesús detenga el paso, le mande llamar y después le hable. Le pide la curación de la vista y Jesús obra el milagro, pero apelando a su propio «coraje» o «determinación»; a los que Jesús denomina como «Fe»: «Vete en paz, tu fe te ha curado».
A la mayoría de nosotros la vida nos ha tratado bien: no entendemos de sus dramas. Tenemos dinero, familia, amigos y posibilides inmensas. Por eso mismo, nos puede pasar que no cultivemos esta actitud del ciego Bartimeo: «el valor», «la audacia», «la fe» en que todo es posible para Dios. Si viviéramos una situación de desesperación crecería en nosotros esa capacidad de lucha, de resistencia, de no darnos por vencidos. Es por esto que la «FE» es una actitud netamente humana que nos lleva hacia lo mejor de nosotros mismos y también hacia Dios. Cuando descubrimos nuestra limitación humana, la fe nos lleva a abrirnos al don de Dios y a la maravilla de su cercanía.
– Piensa en algo que te sobrepase, que no sepas como resolverlo o te cause mucha dificultad (personal, familiar…)
– Repite la oración de Bartimeo con valor y audacia: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí». Deja que esta frase resuene varias veces en tus labios y en tu corazón.
REZO CON LA PALABRA
Me has transformado
Estás aquí.
Sólo puedo decir
Que tu Espíritu, Señor,
ha obrado maravillas en mí.
Bastó una palabra tuya
Para sanarme.
Sólo sé que antes no vivía
Y ahora estoy vivo.
Solo sé que antes cada día era un tormento
Y ahora es un remanso de paz.
Solo sé que antes vivía oprimido
Y ahora me siento libre como un pájaro.
Sólo sé que antes no tenía esperanza
Y ahora vivo en la esperanza.
Sólo sé que te experimento vivo en mi vida.
Sólo sé que te siento latir en mi corazón.
Sólo sé que ahora comienzo a conocerte,
Comienzo a comprender,
Comienzo a abrir los ojos… y ver,
A abrir los oídos… y escuchar.
Siento nueva y radiante tu palabra.
Siento con plenitud de gozo el misterio de tu ser.
Desbordo en ansias por llegar a ti,
Por retener por siempre
Los momentos de plenitud que me concedes.
Quisiera que cada día de mi existir
Fuera un vivir en plenitud.
Has llenado mi espíritu
De palabras indecibles.
Me lanzas a una nueva vida,
A un mundo insospechado.
Algo muy secreto ha pasado en mis adentros.
Cambio
Transformación
Encuentro.
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