“Soy un salesiano hondureño nacido hace 66 años en Tegucigalpa”, así comienza sus “confesiones” el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa. E inmediatamente después menciona el hecho que cambiaría decisivamente su vida: “entré a la Congregación Salesiana cuando tenía 16 años y ahí hice todo mi camino como educador, maestro; luego fui ordenado sacerdote en 1970″.
¿Cómo se sintió llamado a seguir al Señor? ¿Cómo decidió ser sacerdote?
– Yo estaba encantado de la vida salesiana: empecé desde los seis años en la primaria. Me gustaba muchísimo el ambiente, fui monaguillo, y precisamente regresando de una santa misa del colegio María Auxiliadora con el padre director que fue después arzobispo de Tegucigalpa, me dijo: “¿no te gustaría ser sacerdote?”. Y yo respondí inmediatamente: “sí”. Desde ese momento yo ya me sentía en el seminario, pero cuando terminé la primaria, a los doce años, le dije a mi padre que me iba para el seminario menor salesiano, al aspirantado, y me dijo: “usted no va a ningún lado, porque usted no se manda solo. Usted es muy travieso y me lo van a devolver al día siguiente”. Y de hecho, muchas veces pensé después: “tenía razón”.
Entonces se me olvidó la vocación y me dediqué a la aviación con alma, vida y corazón. Aprendí el inglés de niño precisamente para poder leer libros de aviación, aprendí a volar cuando tenía 14 años. Cuando estaba para terminar el bachillerato, tuvimos unos ejercicios espirituales. Recuerdo que el predicador nos dijo: “si Dios los llama, no sean cobardes”. Aquello resonó en mi interior y dije: “Dios me llama y yo no quiero ser cobarde”. Por eso me fui al aspirantado, luego al noviciado: ese fue el camino.
– Usted nos revela su pasión por la aviación, pero muchos le conocen también por su pasión por la música.
-Sí porque, desde niño en mi casa, había música: mi padre amaba la música, mi hermana mayor tocaba el piano y mis otros hermanos. Entonces a mí me pusieron a aprender piano desde pequeño. Al entrar en la Congregación me destinaron también a ser profesor de música, me hicieron estudiar en el Conservatorio y me tocó muchos años enseñar música sagrada, canto gregoriano que me encanta, y además hacer orquestas y bandas en los colegios en los que trabajé y así aprendí a tocar varios instrumentos.
– Varios instrumentos musicales… ¿cómo cuáles?
– Como el saxofón, el acordeón, como el órgano, el piano, la batería, el contrabajo, el clarinete… Así me ha tocado muy bonita la vida.
– ¿Hubo alguna persona importante para tomar la decisión de seguir a Dios?
– Sí, fue naturalmente el director del colegio, así como san Juan Bosco. En el año antes de ordenarme sacerdote mi madre me reveló algo que desconocía: yo había nacido prematuro y el doctor decía que yo no iba a sobrevivir. Entonces ella ofreció rezar todos los días el Santo Rosario por mi salud, asegurando y que, si Dios me llamaba, ella me ofrecía al Señor. Yo nunca lo supe y ahí tiene usted el resultado.
– ¿Cuáles han sido algunos de los momentos más felices desde que decidió decirle “sí” al Señor?
– Muchísimos. Lógicamente, cuando hice mis primeros votos como salesiano, yo soñé todo el tiempo con ser salesiano y eso fue para mí una de las enormes alegrías. Luego naturalmente para mi el momento más feliz y decisivo ha sido la ordenación sacerdotal, es la gracia más grande que Dios le puede dar a una persona, después del bautismo. Posteriormente, el episcopado me dio más bien miedo y yo no consideraba que era mi vocación, pero acepté porque don Bosco decía que un deseo del Papa para un salesiano era una orden y así acepté en la fe. Y creo que el Señor me ha concedido 31 años de obispo de alegría, de mucho gozo. Cuando el Papa Juan Pablo II me llamó a ser cardenal, fue una sorpresa. Yo ni soñé jamás con eso, porque Honduras nunca tuvo un cardenal. De tal manera que me dio alegría por la alegría que causé a mi pueblo.
– ¿Y algunos de los momentos más difíciles?
– Bueno también dice el Señor “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Entre esos momentos estuvo la muerte de mi padre, apenas cuando yo estaba empezando el camino, en segundo año de filosofía. Tuve también en ocasiones alguna dificultad de salud, padecí de asma varios años, me curó milagrosamente la Virgen, cuando estaba en primer año de Teología. Posteriormente también muchas dificultades a causa de la situación de Centroamérica. Como obispo administrador apostólico estaba en una diócesis de frontera con Guatemala y El Salvador: teníamos refugiados. Eran tiempos de guerrilla y, claro, era bien difícil todo. Otro momento muy triste fue la muerte de Juan Pablo II.
– ¿Por qué?
– Porque yo le quería muchísimo, era prácticamente mi padre, y él siempre me mostró una confianza y un cariño muy grande. Claro lo veíamos deteriorarse, pero yo no me imaginé que iba a morir tan pronto. Para mí fue como cuando murió mi padre, igual.
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