Hola a todos de nuevo desde tierras Keniatas. El tiempo pasa deprisa aquí, y ya hace más de diez días desde que llegamos. He tenido que hacer las cuentas y es que aquí la vida va a otro ritmo. Me he acostumbrado a no llevar reloj, como debe ser en vacaciones, y a hacer las cosas sin prisas, dedicando el tiempo que es necesario en cada instante, y lo demás, ya se vera. Y es que ya lo dice la canción: «No siempre lo urgente es lo importante».
En este tiempo, hemos tenido la posibilidad de conocer muchas cosas nuevas. Parecemos niños descubriendo el mundo por primera vez: olemos las plantas y flores que nunca hemos visto, saboreamos cualquier comida con el interés de la primera vez, y descubrimos las gentes y el país. Cada día trae nuevas experiencias, que tratamos de capturar para siempre.
Tras la breve estancia en Nairobi, y de enfrentarnos a los primeros contrastes, nos desplazamos a Nanyuki, donde se encuentra el proyecto al que hemos venido. El viaje nos reveló lo poco que conocemos del país. El verdor de sus tierras, con campos que se extienden, a veces pareciendose al paisaje de Castilla, nos sorprendio. El estado de la carretera, llena de baches y agujeros estaba más en línea con nuestras espectativas. Una vez en Nanyuki, una localidad de unos 100.000 habitantes, con una base de las fuerzas aereas de Kenia, y otra del ejercito británico, conocimos a la familia con que nos alojamos. Rose es nuestra segunda madre, nuestra madre africana. Ella, que dirige la escuela primaria de Nanyuki y el proyecto Toto Care, nos cuida con mimo y esmero, mostrandonos cuanto hay que aprender y conocer, explicándonos con paciencia y haciéndonos sentir en casa a miles de kilómetros de nuestros hogares.
La escuela es un pequeño conjunto de casitas de madera con un suelo inestable lleno de agujeros y tablones sueltos, un techo ondulado de metal, que impide las clases cuando llueve, sin luz ni agua, más allá del cercano río. Tiene una pequeña biblioteca, que sirve de recepción para las visitas, y donde cuelgan algunas fotos que han sufrido el paso del tiempo. En el centro, una zona verde con algunos árboles y flores, donde la hierba tiene dificultades en crecer: en parte por las lluvias intermitentes, en parte por las pisadas de los niños que juegan.
Los niños varían en edad desde los 3 años a los 14. El primer día, nos presentan a los niños más pequeños. En sus uniformes rojos, ajados por el paso del tiempo, nos reciben sonriendo, juegan con nosotros, cantan y saltan. Corren a nuestro alrededor, sorprendidos por las evidentes diferencias, hasta agotarnos. Sus fuentes de energía son mucho más profundas que las nuestras, y pronto necesitamos un descanso. Sus grandes ojos, con un cristalino fondo blanco, y sus sonrisas son impagables. Está claro que nos dan más de lo que reciben de nosotros.
Cada uno de estos chicos y chicas tienen una historia, un pasado y un presente fuera de la escuela, a menudo desolador. El proyecto Toto Care, que comenzó como una escuela privada, se ha convertido con el tiempo en un lugar que recoge a los niños sin familia, o en condiciones terriblemente difíciles, que no pueden pagar los estudios, único vehículo que puede sacarles un día de la miseria en que se encuentran. Son los hijos de padres aniquilados por el sida, niños abandonados a su suerte, o niños de familias en la extrema pobreza. Pero nada de eso puede adivinarse en su mirada.
Uno de los días, al terminar las clases, vamos con algunos de los niños a sus casas. La experiencia es desoladora. Encontramos a la bisabuela de una de las niñas en un cuchitril de madera, de unos 9 metros cuadrados, con infinitos agujeros que trata de tapar con cartones, un colchón y un fuego en una esquina. Es una cobacha indigna incluso para un animal, donde malvive con dos criaturas a las que la enfermedad y la miseria han arrebatado a abuelos y madre; del padre, probablemente nunca se supo. Es una mujer con carácter, a la que la vida no le ha dado nada y le ha quitado demasiado. Cuenta su historia, se enfada, se le saltan las lagrimas. Y sin embargo, tiene el orgullo de pedir una fotografia con sus biznietos y con los dos visitantes blancos, a los que coloca en la foto con impetu. Todos sonríen. Ella es consciente de su situación, pero me pregunto si los niños lo son. ¿Saben acaso que cualquier dia no encontraran a nadie al volver de la escuela? ¿ Saben cuan injusta ha sido la vida con ellos? Al verlos sonreir inocentes en la escuela es imposible adivinar su situación, pero pronto perderán la inocencia, robada por una realidad demasiado cruel. Por eso, proyectos como éste son tan importantes, porque dan la esperanza y la oportunidad de un futuro, porque les ofrecen el sustento que sus familias no pueden garantizar y porque enseñan a los niños a respetarse a sí mismos. Después de la visita , todos caminamos en silencio, rumiando similares pensamientos, sintiéndonos impotentes, inútiles, incapaces de resolver nada, o incluso de explicar nada.
Pero la escuela no es el único proyecto. Visitamos un centro para niños con discapacidades psíquicas. El cariño que les dan los cuidadores es impagable. Nos miran con la misma curiosidad y similares expresiones que los niños de la escuela. Nos impresionan la habilidad que demuestran haciendo collares, cosiendo… El proyecto ha conseguido que los padres con niños en esta situación no los escondan condenándolos al ostracismos y negándoles el futuro que pueden tener. La sociedad, sin embargo, todavía evita enfrentar la realidad y niegan esta situación. La esperanza son los niños de la escuela colindante, que juegan con ellos sin hacer diferencia, que los consideran iguales.
Visitamos también un hogar de chicos que solo se tienen a sí mismos en este mundo. Es un centro bien dirigido, con chavales que van desde bebes a los 18 años. Está bien cuidados y atentidos. Son niños con un futuro, a diferencia de los que aun quedan en las calles de la ciudad, matando sus horas esnifando pegamento. Estos proyectos te devuelven la fe en el ser humano que la realidad diaria te quita.
Creo que es suficiente por ahora; los detalles, a nuestro regreso. Nuevas experiencias nos esperan a la vuelta de la esquina: algunas ya previstas, otra surgiran sorprendentes. Espero poder contarlas pronto.
Mikel.
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