«No hay mayor amor que dar la vida por los amigos»
Un amor que se expresa en gestos humanos
Jesús fue una persona normal. Después, la fe pascual dirá que también es el Hijo de Dios. Pero como ser humano, Jesús tuvo que aprender a amar. Esto significa que también él tuvo que elegir entre “amar” o “amarse”. Tuvo que elegir en tantas ocasiones entre “perdonar” u “odiar”. Y experimentó esos sentimientos propios de todo ser humano: la bondad de una caricia, una sonrisa, un beso. También el dolor que produce el abandono, la muerte de un amigo, el llanto.
Cuando hablamos de amor nos referimos a la capacidad de sentir amor y expresarlo. El amor platónico no es amor. Sólo ama quien se implica con la persona amada de forma concreta y real.
Hoy, Jueves Santo, Jesús hace dos gestos de entrega:
Lavar los pies: el Señor al servicio de los siervos
Partir el pan: el Señor en manos de los suyos, como presencia permanente y alimento.
¡Ojo! Este amor no es fácil de asumir. Pedro lo rechaza: no entiende que solo ama quien “entrega todo lo que tiene por los suyos”. Amar no es poseer, guardar para sí, proteger….sino dar vida y morir.
El amor de Jesús puede que sea un acto hermoso de entrega….pero ¿en qué nos afecta a nosotros esto?
La vida de Jesús fue releída por sus amigos pasado el tiempo, y adquirió un nuevo sentido a la luz de los hechos de la Resurrección. En esta interpretación de la persona de Jesús, resultó que no sólo fue un hombre real, que vivió en un tiempo concreto, sino el mismísimo Hijo de Dios, viviendo entre nosotros.
Desde aquí, la entrega de Jesús hasta la muerte tiene un valor global, que traspasa su historia concreta y la de los que vivieron con él. En Jesús Dios se ha entregado por el género humano, y le ha dicho su palabra definitiva: “Yo te amo”, “Estás salvado”.
El amor de Jesús es el mismo amor de Dios, que ama a todos sus hijos de manera particular y entrañable. Por este amor el mal queda aniquilado, también la muerte definitiva: el Amor vence a la Muerte.
Esta reflexión, ha provocado y sigue provocando en miles de hombres y mujeres un shock tan grande que les condiciona su forma de vivir y entender la vida.
¿Quién soy yo, en definitiva pobre criatura, para que Dios me haya llamado a la vida, me haya elegido y haya dado su vida por mí? ¿Acaso soy tan valioso/a? Solo esta consideración puede provocar eso que llamamos “conversión” y hacernos “seguidores y discípulos” de Jesús de Nararet, el Hijo único de Dios.
Deja un comentario