Diecinueve años atrás, tal día como ayer, el teólogo y filósofo vasco Ignacio Ellacuría fue asesinado en El Salvador, junto con cinco compañeros de su orden, una mujer del servicio y la hija de ésta.
La masacre fue ejecutada por miembros de la Fuerza Armada salvadoreña con la bendición del ministro de Defensa y tras una reunión previa del Estado Mayor. El entonces presidente, el ultraderechista -pero eso sí: demócrata- Alfredo Cristiani, al menos lo sabía. Un año después, el Gobierno mantenía la versión de que a los sacerdotes -adalides del diálogo para la paz- les asesinaron los guerrilleros para hacerles pasar por mártires de su causa.
Más adelante, la Comisión de la Verdad para El Salvador, establecida para investigar las más graves violaciones de los derechos humanos ocurridas durante el conflicto bélico que desangró al país centroamericano, publicó un informe muy amplio, que abarcaba también las responsabilidades por el asesinato, en 1980, de otro cristiano heroico, el obispo Romero.
Cinco días después, la Asamblea Legislativa de El Salvador anuló el trabajo de la Comisión, aprobando una ley de amnistía general que abarcaba todos los hechos violentos ocurridos en la guerra.
¡Ojalá nunca se nos olvide!
No para pedir venganza o por resentimiento,
sino para seguir tomando conciencia que,
cuando el evangelio se vive con autenticidad,
molesta a los poderes corruptos.
Ojalá no se nos olvide nunca
para tomar conciencia de que ser cristiano,
no es tan cómodo, siempre y cuando
la coherencia venza a la mediocridad
y al miedo
BUENAS NOCHES
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