Yo sé que no vas a leer esto que escribo esta noche porque no tienes ni ordenador, ni internet… pero te había lo había prometido.
Cuando voy de vacaciones a San Sebastián te veo en el paso subterráneo,
el que hay debajo de la carretera de una de las entradas a la ciudad,
el que atravieso cuando salgo del portal para pasear por el río.
No siempre estás, pero los días que apareces no dejo que pases desapercibida.
Quietita, tranquila, delante a tu botecito donde la gente pone sus limosnas.
Centimillos que agradeces sin mirar la cantidad, pero sí a los ojos de la gente generosa.
Agradeces el pan, algo de legumbres, leche calentita… las vecinas te conocen y te aprecian.
Te dije que escribiría sobre ti porque me dolió mucho
cuando mi prima me contó que el día de nochevieja,
cuando entraba en el paso subterráneo, te vio llorando.
Unos jóvenes, aprovechando tu serenidad, tu situación indefesa,
habían puesto un petardo en el botecito.
Estoy seguro que cuando oíse el sonido del objeto caer entre las monedas
dijiste gracias.
Estoy seguro que cuando ellos corrieron riendo
no se dieron la vuelta para verte.
Porque te hubieran visto asustada y llorando,
como te vio mi prima.
Y porque seguro que ni les gritaste ni les insultaste.
Por eso, porque aquí hay gente que lee cada noche,
gente que sabe distinguir entre una mujer necesitada
y una amiga a quien gastarle una broma;
gente que también en momentos de fiestas
sabe que hay gente que lo pasa peor…
Porque, cada noche, esto lo lee gente a la que quiero,
deseo que lo sepan, porque tú no lo denuncias,
deseo que lo sepan, para que recen por ti esta noche,
deseo que lo sepan, para que en ti descubran
el rostro más humano del Dios en quien tú también confías.
BUENAS NOCHES
(Abel)
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